John Updike, Terrorista


El colapso de las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001 no sólo causó miles de víctimas en el propio World Trade Center y posteriormente, como resultado de la política antiterrorista de Bush, en Afganistán e Irak. Supuso también un golpe en el mismo corazón del gigante capitalista, del “líder del mundo libre”; la primera agresión extranjera en territorio estadounidense desde el bombardeo japonés de Pearl Harbour. Pero a diferencia de lo sucedido el 7 de diciembre de 1941, los responsables de la masacre, como muchos de los implicados en los posteriores atentados de Madrid y de Londres, se formaron en el propio Occidente. La globalización tiene sus consecuencias más allá de los pingües beneficios económicos que reporta a McDonalds o a Coca Cola. 
También el terrorismo se ha hecho global. La amenaza se ha diluido e intensificado a un tiempo y puede proceder de cualquiera. Ya se encargará la red de redes de hacerle llegar la información necesaria para fabricar una bomba. El peligro es, en consecuencia, mucho mayor; muy difícil, si no imposible, de controlar. Por mucho que mengüen las libertades civiles y aumenten los filtros de seguridad en los aeropuertos y las limitaciones en el equipaje de mano, el golpe fatal puede llegar en cualquier momento y de múltiples maneras y el miedo se ha deslizado furtivamente -o no tanto- en cada uno de nosotros. Miedo a subir a un avión, o a un tren o a un metro; o, más en general, a estar en el lugar equivocado en el momento equivocado.

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